Poco después de la ruptura con Sofía llegó la selectividad. Ya sabéis, esos
exámenes donde te juegas tu futuro porque dependiendo de la nota que saques
podrás acceder a una carrera u otra. Afortunadamente, mis dos años de
bachillerato sirvieron para alcanzar un buen nivel, y llegar a esos dichosos
exámenes con la preparación perfecta.
Una preparación que se reflejó en el resultado, ya que saqué nada más que
un 10. Pero ese 10 no era la nota máxima, ya que allí puedes llegar a sacar
incluso un 14, que sí que es la perfección.
Con ese 10 tenía una verdadera rama de oportunidades. Podía elegir entre
multitud de carreras. Aunque se presentaba ante mí una enorme variedad, yo
estaba decidido a estudiar el Grado en Interpretación, una carrera
menospreciada por mucha gente pero que yo deseaba hacer desde que me enteré de
su existencia.
Estaba recordando todo esto mientras flotaba en la oscuridad, hasta que
apareció frente a mí una especie de pozo anticuado que me absorbió por
completo. Caí por el pozo hasta que aparecí en el salón de la casa en la que
vivía con mis padres. A mi derecha estaba el hombre de negro, haciéndome señas
para que mirara al frente. En el salón de mi antigua casa me volví a ver a mí
mismo (con diecisiete años), delante de mis padres.
—Con el tiempo me lo agradecerás —decía mi padre a un joven Tomás.
—¿Agradecerte qué? ¿Hacer una carrera que no quiero? ¡No me interesan los
malditos números ni esas carreras aburridas! No quiero verme en Economía, ni
Derecho. ¡No! —respondía Tomás, extremadamente enfurecido.
—Elegirás una de esas carreras serias y punto. Lo voy a pagar yo, así que
ten en cuenta mis consejos. Vas a poder seguir haciendo teatro, nadie ha dicho
que no puedas combinar la carrera con el teatro.
—Pero quiero estudiar Interpretación porque solo de esa forma puedo dar un
salto de calidad. ¿No te enteras? ¿Quieres fastidiarme la vida?
—La vida te la vas a fastidiar tu solo con esas paranoias de flipado.
—Mira Tomás, haznos caso —dijo mamá—, si haces Interpretación pues...en cuatro
años tendrás la carrera, pero ¿qué si después no quieres seguir en el mundo de
la actuación? No te servirá para nada añadir esa carrera a tu curriculum. Sin
embargo, con una de las carreras que te propone papá, si luego abandonas la
actuación, pues con esas carreras tendrás muchas más salidas. Son más
oportunidades.
—Pero si adoro actuar desde que soy un crío. ¿Por qué iba a cambiar de
idea? ¡Quiero morirme sobre un escenario!
Resultaba horroroso presenciar aquella escena bochornosa. Esa discusión
entre mis padres y yo me estaba generando ganas de vomitar.
—Por favor, sácame de aquí —dije al hombre de negro.
—Preparando huida...—añadió antes de tocarme.
Un segundo después de rozarme, aparecimos en una playa. Atardecía. Ninguno
de los dos decía nada hasta que el hombre de negro rompió el hielo.
—¿Qué piensas? ¿O no hay nada por tu cabeza más que lamentaciones?
—Ellos...ellos me han convertido en algo que yo no quería ser.
—¿Quienes son ellos?
—Entre lo de Sofía, más la insistencia de mi padre por estudiar una carrera
¨importante¨...acabé ignorando el teatro. No piso un escenario desde los
veintidós. Al comienzo de la carrera estuve en una academia importante, pero
poco a poco lo fuí dejando para centrarme en los estudios y...al final…adiós
teatro.
—¿Y crees que la culpa de haber abandonado la actuación la tienen Sofía y
tu padre?
—Por supuesto.
—Pues estás muy equivocado. Lección segunda: solo tú eres el
responsable de lo que hagas con tu vida. Deja de culpar a los demás y
mírate a tí mismo.
—Pero...pero...lo de Sofía fue muy duro para mí, y por culpa de mi padre no
pude estudiar…
—¡Si vas a decir estupideces cierra la maldita boca! —me interrumpió
bruscamente el hombre de negro—. Ha llovido mucho desde lo de Sofía. Esas
rupturas a esa edad no justifican que hayas acabado trabajando en lo que no te
gusta. En cuanto a tu padre...venga...eras mayorcito. Tenías la mayoría de
edad, podías haberte ido por tu cuenta a estudiar lo que te gustaba, o haberlo
convencido con más argumentos y menos peleas.
—Con mi padre no se podía razonar. Estaba decidido. Yo no tenía opciones.
—Siempre tenemos opciones. La cuestión es si todavía crees que tienes opciones de cambiar algo. Tercera lección: nunca es tarde para el cambio.
Me quedé pensando sobre aquello.
Tenía razón. Las condiciones me llevaron a una vida que ni en mis peores pesadillas querría haber tenido. Había olvidado lo que me gustaba y me había rodeado de dinero sin que me gustara la manera de conseguirlo. Llevaba años sin saber lo que era sentirse plenamente feliz y satisfecho con lo que hacía.
—Venga. Esto se acaba. Tenemos que volver a donde todo empezó —dijo el hombre de negro.
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