domingo, 9 de diciembre de 2018

Lectura. Capítulo 5.


Poco después de la ruptura con Sofía llegó la selectividad. Ya sabéis, esos exámenes donde te juegas tu futuro porque dependiendo de la nota que saques podrás acceder a una carrera u otra. Afortunadamente, mis dos años de bachillerato sirvieron para alcanzar un buen nivel, y llegar a esos dichosos exámenes con la preparación perfecta.

Una preparación que se reflejó en el resultado, ya que saqué nada más que un 10. Pero ese 10 no era la nota máxima, ya que allí puedes llegar a sacar incluso un 14, que sí que es la perfección.

Con ese 10 tenía una verdadera rama de oportunidades. Podía elegir entre multitud de carreras. Aunque se presentaba ante mí una enorme variedad, yo estaba decidido a estudiar el Grado en Interpretación, una carrera menospreciada por mucha gente pero que yo deseaba hacer desde que me enteré de su existencia.

Estaba recordando todo esto mientras flotaba en la oscuridad, hasta que apareció frente a mí una especie de pozo anticuado que me absorbió por completo. Caí por el pozo hasta que aparecí en el salón de la casa en la que vivía con mis padres. A mi derecha estaba el hombre de negro, haciéndome señas para que mirara al frente. En el salón de mi antigua casa me volví a ver a mí mismo (con diecisiete años), delante de mis padres.

—Con el tiempo me lo agradecerás —decía mi padre a un joven Tomás.

—¿Agradecerte qué? ¿Hacer una carrera que no quiero? ¡No me interesan los malditos números ni esas carreras aburridas! No quiero verme en Economía, ni Derecho. ¡No! —respondía Tomás, extremadamente enfurecido.

—Elegirás una de esas carreras serias y punto. Lo voy a pagar yo, así que ten en cuenta mis consejos. Vas a poder seguir haciendo teatro, nadie ha dicho que no puedas combinar la carrera con el teatro.

—Pero quiero estudiar Interpretación porque solo de esa forma puedo dar un salto de calidad. ¿No te enteras? ¿Quieres fastidiarme la vida?

—La vida te la vas a fastidiar tu solo con esas paranoias de flipado.

—Mira Tomás, haznos caso —dijo mamá—, si haces Interpretación pues...en cuatro años tendrás la carrera, pero ¿qué si después no quieres seguir en el mundo de la actuación? No te servirá para nada añadir esa carrera a tu curriculum. Sin embargo, con una de las carreras que te propone papá, si luego abandonas la actuación, pues con esas carreras tendrás muchas más salidas. Son más oportunidades.

—Pero si adoro actuar desde que soy un crío. ¿Por qué iba a cambiar de idea? ¡Quiero morirme sobre un escenario!

Resultaba horroroso presenciar aquella escena bochornosa. Esa discusión entre mis padres y yo me estaba generando ganas de vomitar.

—Por favor, sácame de aquí —dije al hombre de negro.

—Preparando huida...—añadió antes de tocarme.

Un segundo después de rozarme, aparecimos en una playa. Atardecía. Ninguno de los dos decía nada hasta que el hombre de negro rompió el hielo.

—¿Qué piensas? ¿O no hay nada por tu cabeza más que lamentaciones?

—Ellos...ellos me han convertido en algo que yo no quería ser.

—¿Quienes son ellos?

—Entre lo de Sofía, más la insistencia de mi padre por estudiar una carrera ¨importante¨...acabé ignorando el teatro. No piso un escenario desde los veintidós. Al comienzo de la carrera estuve en una academia importante, pero poco a poco lo fuí dejando para centrarme en los estudios y...al final…adiós teatro.

—¿Y crees que la culpa de haber abandonado la actuación la tienen Sofía y tu padre?

—Por supuesto.

—Pues estás muy equivocado. Lección segunda: solo tú eres el responsable de lo que hagas con tu vida. Deja de culpar a los demás y mírate a tí mismo.

—Pero...pero...lo de Sofía fue muy duro para mí, y por culpa de mi padre no pude estudiar…

—¡Si vas a decir estupideces cierra la maldita boca! —me interrumpió bruscamente el hombre de negro—. Ha llovido mucho desde lo de Sofía. Esas rupturas a esa edad no justifican que hayas acabado trabajando en lo que no te gusta. En cuanto a tu padre...venga...eras mayorcito. Tenías la mayoría de edad, podías haberte ido por tu cuenta a estudiar lo que te gustaba, o haberlo convencido con más argumentos y menos peleas.

—Con mi padre no se podía razonar. Estaba decidido. Yo no tenía opciones.

—Siempre tenemos opciones. La cuestión es si todavía crees que tienes opciones de cambiar algo. Tercera lección: nunca es tarde para el cambio.

Me quedé pensando sobre aquello. 

Tenía razón. Las condiciones me llevaron a una vida que ni en mis peores pesadillas querría haber tenido. Había olvidado lo que me gustaba y me había rodeado de dinero sin que me gustara la manera de conseguirlo. Llevaba años sin saber lo que era sentirse plenamente feliz y satisfecho con lo que hacía.

—Venga. Esto se acaba. Tenemos que volver a donde todo empezó —dijo el hombre de negro.


SOLO FALTA UN CAPÍTULO



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