Así que allí estábamos, el hombre de negro
y yo, en la que fue mi clase de sexto de Primaria, con todos mis compañeros de
por aquel entonces. Como ya sabéis, también mi versión infantil de 12 años.
Tal y como ya imaginaba, el hombre de
negro confirmó mis sospechas. Los allí presentes no se daban cuenta de nuestra presencia.
Éramos prácticamente invisibles para ellos.
—Debes entender que en realidad no estamos
aquí —fue lo único que el hombre de negro dijo.
Permanecimos allí, al fondo de la clase,
observando como avanzaba una sesión de Lengua. Una de esas sesiones que se
hacían eternas, ya que los estudiantes estaban haciendo unas tareas
aburridísimas en sus libretas. Después de corregir esas actividades, Inma
introdujo el siguiente apartado del tema a través de una pregunta clave.
—Bueno, y vosotros ¿a qué os queréis
dedicar de mayores?
Varios de mis compañeros empezaron a decir
sus trabajos soñados. Entre los chicos destacaban dos grupos, unos querían ser
futbolistas y otros policías. Unos cuantos aspiraban a heredar el puesto de sus
padres, como Nico que quería acabar conduciendo el taxi de su padre, o Luis,
que estaba dispuesto a dirigir la tienda de zapatos de su madre . Entre las
niñas al menos había más variedad, e incluso más seriedad en las respuestas.
Aparecieron deseos de ser periodista, cantante, abogada, doctora, política o
profesora.
Y entonces, el Tomás de 12 años fue el
último en hablar.
—Pues yo quiero ser actor, y aparecer en
películas famosas hechas en Hollywood.
—Bueno Tomás, por ahora vas por buen
camino. Estás arrasando en los teatros de las clases extraescolares del cole
—dijo la profesora—. Llevas dos años seguidos siendo el protagonista, y no creo
que sea pura casualidad.
Tras aquella intervención, la clase y todo a mi alrededor
empezó a desvanecerse, para fundirse finalmente en un negro absoluto.
Después de permanecer unos minutos en un
ambiente oscuro, aparecimos repentinamente en la casa donde crecí con mis
padres. Estaban todos en el salón, cenando. Allí vi a papá, mamá, mi hermana
Claudia, y de nuevo a mí mismo. Esta vez, tenía 15 años. Mis padres estaban
hablando sobre algo complicado de política, hasta que yo interrumpí aquella
conversación tan aburrida.
—Ah por cierto, ya han salido las fechas
de las actuaciones de la obra que estamos preparando en el instituto. Será a
final de junio. Los últimos dos viernes, y una sesión extraordinaria el último
domingo del mes por la mañana.
—Magnífico —dijo mamá—. Allí estaremos.
—Bueno, yo lo dudo —expresó papá—. Entre
semana ya sabes que es imposible por el horario del trabajo, y resulta que los
dos últimos fines de semana de junio tengo que ir a Madrid para representar a
la empresa en un Congreso.
—¿En serio? —preguntó el Tomás de quince
años —. ¿En serio papá? La última vez que apareciste en una de mis obras fue
cuando estaba sexto, y de eso hace ya tres malditos años. ¡Siempre tienes
excusas!
—Ten cuidado con ese tono que no me gusta.
Recuerda que le estás hablando a tu padre.
—¿Un padre? ¿Se te puede considerar un
padre cuando estás más tiempo con tu trabajo que con tus hijos?
Justo entonces todo desapareció y
regresamos a la oscuridad. Tras esto, el hombre de negro y yo aparecimos en el
pasillo del que fue mi instituto durante el bachillerato. Ahora me veía a mí
mismo, con dieciocho años, junto a Sofía, mi primera novia. Ella me estaba
contando un cotilleo sobre una de sus amigas.
—¡Y ella no se lo podía creer! —decía
Sofía.
—Pero ya tiene que estar acostumbrada a tomar
malas decisiones —respondió aquel Tomás—. Parece que no sabe hacer otra cosa
mejor. Ah oye, ¿qué haces el sábado catorce?
—Es el cumple de Jorge. Ya sabes, de mi
clase. Y le van a dar un cumpleaños sorpresa ¿por?
—Es el único día que actuamos en el Teatro
Márquez. Solo nos han dado esa fecha porque todos los grupos de la ciudad
quieren actuar ahí. La función empieza a las 8 y media, ¿crees que podrás
venir?
—¡Claro! El cumpleaños será justo después
de comer. Para esa hora habremos terminado. Cojo un bus y estoy allí para
verte.
—Trato hecho entonces.
Vi como cerrábamos nuestro acuerdo con un
beso y un gran abrazo. Otra vez más, todo se volvió negro, y cuando estaba
flotando en la oscuridad recordé lo que al final acabó sucediendo aquel sábado catorce.
Recordé como todo se vino abajo ese día, en el teatro Márquez.
Lo mejor que e leido
ResponderBorrarSi es muy importante que leamos estas cosas
ResponderBorrarLa mejor
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