martes, 23 de octubre de 2018

Lectura tema 3

Así que allí estábamos, el hombre de negro y yo, en la que fue mi clase de sexto de Primaria, con todos mis compañeros de por aquel entonces. Como ya sabéis, también mi versión infantil de 12 años.

Tal y como ya imaginaba, el hombre de negro confirmó mis sospechas. Los allí presentes no se daban cuenta de nuestra presencia. Éramos prácticamente invisibles para ellos.

—Debes entender que en realidad no estamos aquí —fue lo único que el hombre de negro dijo.

Permanecimos allí, al fondo de la clase, observando como avanzaba una sesión de Lengua. Una de esas sesiones que se hacían eternas, ya que los estudiantes estaban haciendo unas tareas aburridísimas en sus libretas. Después de corregir esas actividades, Inma introdujo el siguiente apartado del tema a través de una pregunta clave.

—Bueno, y vosotros ¿a qué os queréis dedicar de mayores?

Varios de mis compañeros empezaron a decir sus trabajos soñados. Entre los chicos destacaban dos grupos, unos querían ser futbolistas y otros policías. Unos cuantos aspiraban a heredar el puesto de sus padres, como Nico que quería acabar conduciendo el taxi de su padre, o Luis, que estaba dispuesto a dirigir la tienda de zapatos de su madre . Entre las niñas al menos había más variedad, e incluso más seriedad en las respuestas. Aparecieron deseos de ser periodista, cantante, abogada, doctora, política o profesora.
Y entonces, el Tomás de 12 años fue el último en hablar.

—Pues yo quiero ser actor, y aparecer en películas famosas hechas en Hollywood.

—Bueno Tomás, por ahora vas por buen camino. Estás arrasando en los teatros de las clases extraescolares del cole —dijo la profesora—. Llevas dos años seguidos siendo el protagonista, y no creo que sea pura casualidad.

Tras aquella intervención, la clase y todo a mi alrededor empezó a desvanecerse, para fundirse finalmente en un negro absoluto.
Después de permanecer unos minutos en un ambiente oscuro, aparecimos repentinamente en la casa donde crecí con mis padres. Estaban todos en el salón, cenando. Allí vi a papá, mamá, mi hermana Claudia, y de nuevo a mí mismo. Esta vez, tenía 15 años. Mis padres estaban hablando sobre algo complicado de política, hasta que yo interrumpí aquella conversación tan aburrida.

—Ah por cierto, ya han salido las fechas de las actuaciones de la obra que estamos preparando en el instituto. Será a final de junio. Los últimos dos viernes, y una sesión extraordinaria el último domingo del mes por la mañana.

—Magnífico —dijo mamá—. Allí estaremos.

—Bueno, yo lo dudo —expresó papá—. Entre semana ya sabes que es imposible por el horario del trabajo, y resulta que los dos últimos fines de semana de junio tengo que ir a Madrid para representar a la empresa en un Congreso.

—¿En serio? —preguntó el Tomás de quince años —. ¿En serio papá? La última vez que apareciste en una de mis obras fue cuando estaba sexto, y de eso hace ya tres malditos años. ¡Siempre tienes excusas!

—Ten cuidado con ese tono que no me gusta. Recuerda que le estás hablando a tu padre.

—¿Un padre? ¿Se te puede considerar un padre cuando estás más tiempo con tu trabajo que con tus hijos?

Justo entonces todo desapareció y regresamos a la oscuridad. Tras esto, el hombre de negro y yo aparecimos en el pasillo del que fue mi instituto durante el bachillerato. Ahora me veía a mí mismo, con dieciocho años, junto a Sofía, mi primera novia. Ella me estaba contando un cotilleo sobre una de sus amigas.

—¡Y ella no se lo podía creer! —decía Sofía.

—Pero ya tiene que estar acostumbrada a tomar malas decisiones —respondió aquel Tomás—. Parece que no sabe hacer otra cosa mejor. Ah oye, ¿qué haces el sábado catorce?

—Es el cumple de Jorge. Ya sabes, de mi clase. Y le van a dar un cumpleaños sorpresa ¿por?

—Es el único día que actuamos en el Teatro Márquez. Solo nos han dado esa fecha porque todos los grupos de la ciudad quieren actuar ahí. La función empieza a las 8 y media, ¿crees que podrás venir?

—¡Claro! El cumpleaños será justo después de comer. Para esa hora habremos terminado. Cojo un bus y estoy allí para verte.

—Trato hecho entonces.

Vi como cerrábamos nuestro acuerdo con un beso y un gran abrazo. Otra vez más, todo se volvió negro, y cuando estaba flotando en la oscuridad recordé lo que al final acabó sucediendo aquel sábado catorce. Recordé como todo se vino abajo ese día, en el teatro Márquez.

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