miércoles, 10 de octubre de 2018

Lectura tema 2

Como podréis imaginar, mi reacción fue de puro miedo. Me quedé congelado desde las uñas de los pies a los pelos de la cabeza. El corazón se detuvo de la forma más brusca. Mis pulmones no funcionaban. Quería decir algo, pero no sabía el qué. Una diminuta parte en lo más profundo de mí se resistía a sumirse en el temor, y pretendía esforzarse por hacer algo, aunque sin éxito alguno.

Solo era capaz de ver aquella figura sentada justo detrás. Un hombre aparentemente alto y delgado, con un gorro negro estilo cowboy, que no dejaba de mirar al frente.

Por fin, conseguí dejar de mirar por el retrovisor al hombre del asiento trasero, y llevé mi mano hasta el manillar de la puerta para salir tan rápido como pudiera de allí. Pero entonces, el hombre del asiento trasero, con un movimiento fugaz chasqueó sus dedos y escuché como los pestillos del coche se cerraban. De todas formas, yo intenté absurdamente una vez tras otra tirar de la puerta, pero estaba bloqueada. En ese momento, mi nivel de tensión era tan elevado que empecé a chillar como un loco, desesperado y temiendo que aquella persona me fuera a hacer daño en cualquier momento. Entonces, su mano apareció desde atrás, tapándome la boca. Desde aquella mano se desprendió un olor muy dulce que me sumió en un profundo sueño.

Desperté. Cuando mis ojos se abrieron y miré al frente, pude suponer que era de día, aunque me era imposible apreciar con definición el exterior, puesto que los cristales del coche se habían empañado. Mientras me preguntaba cuántas horas habían pasado, miré a la derecha y vi al hombre en el asiento de copiloto, mirándome con descaro.

—Apostaría toda mi fortuna a que ahora estás más calmado —dijo el hombre.



Quise responderle pero no me salían las palabras. Mis ideas fluían con facilidad por mi cabeza, pero a la hora de sacarlas fuera, no sé, algo me lo impedía. Era como si mi mente funcionara correctamente, pero mi cuerpo permaneciera apagado.

—Supongo que te preguntarás muchas cosas. ¿Cómo he entrado al coche si tú tenías las llaves? ¿Qué te he hecho respirar? Y lo más importante, ¿por qué estoy aquí? —decía con una voz grave pero delicada—. Fíjate en lo desconfiado que es el ser humano...ve a un desconocido en un sitio familiar y automáticamente piensa que va a hacerte algo malo. No es mi caso, querido Tomás. Si he aparecido en tu vida, es para mejorarla, no para dañarla más de lo que ya lo haces tú. La primera lección que debes aprender, es que el enemigo de tu vida, hasta el momento, has sido tú mismo.

Mi incomprensión llegó a su máximo punto en aquel momento. Aquella persona parecía agradable, o al menos, así pretendía venderse. Si antes de que hablara ya tenía preguntas, ahora estas se habían multiplicado. Poco a poco, comencé a notar que mi cuerpo comenzaba a responderme. Mis brazos ya seguían las órdenes que mi mente establecía, y poco a poco esta sensación se fue extendiendo por todo el cuerpo. Aquel hombre observaba en silencio como yo volvía a ser dueño de mí mismo.

Finalmente, pasados unos minutos, noté que ya podía volver a mover todo mi cuerpo a mi antojo, y entre todas las cuestiones que aparecían por mi cerebro, pregunté la más innecesaria.

—¿Por qué vas vestido como un vaquero del lejano Oeste?

—¿De verdad? Entre todo lo que podrías decir…¿Preguntas eso? Jajajajaja. En fin, el ser humano es curioso y no me deja de sorprender. Escucha Tomás, puesto que ya veo que vuelves a manejar tu cuerpo, te hablaré claro y sin rodeos. Conmigo tienes la oportunidad de reconducir tu vida. Para empezar el camino del cambio, solo tienes que tocar mi mano. Si por el contrario, prefieres rechazar mi propuesta, solo tienes que gritar bien alto ¨NO¨. De hacerlo, volverás al momento en que entras al coche, yo no estaré en los asientos de detrás, y no recordarás nada. Tienes cinco segundos.

Tenía curiosidad por descubrir que me ofrecía, por lo que agarré bien fuerte su mano para dejarle clara mi intención. Quizás estaba cometiendo la mayor equivocación de mi vida por confiar en aquella persona. Todo aquello que estaba sucediendo no era normal, pero tenía curiosidad por ver qué ocurría.

Cuando entré en contacto con él, algo muy extraño ocurrió.

En un microsegundo, todo se volvió negro. Mirara donde mirara, solo veía la oscuridad absoluta. Además, sentía como si estuviera flotando en un espacio desconocido. Mantuve esa sensación durante tanto rato que empecé a tener verdaderas ganas de vomitar. Pero de repente, entre toda la oscuridad, apareció la mano de aquel hombre para arrastrarme por un túnel tan estrecho que no entiendo como ambos pudimos caber. Íbamos a toda velocidad y en un instante, la oscuridad desapareció. Aparecimos en un aula escolar.

Había más de veinte alumnos, todos ellos sentados en sus mesas individualmente, copiando lo que una profesora escribía en la pizarra. El hombre y yo estábamos al fondo de la clase. Nadie parecía haberse percatado de nuestra llegada.



Pero lo que me hizo abrir los ojos como nunca los he abierto, lo que me dejó realmente petrificado e impactado, mucho más que cuando ví al hombre en la parte de atrás del coche, fue cuando la profesora se giró. ¡Era la seño Inmaculada, mi profesora de sexto! Lo desconcertante era que aquella mujer había muerto hacía más de diez años. Y eso no era todo, justo después, uno de los alumnos levantó la mano para preguntar algo.

—Seño, ¿puedo ir al servicio?

Entonces, uno de los alumnos se levantó y cuando fue a abrir la puerta lo ví. Mejor dicho…¡ME VÍ! Puesto que ese alumno era yo, pero con doce años.

*Continuará*


-Alejandro Navas

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