Flotando en la
oscuridad, recordé lo que pasó el sábado catorce.
Previamente,
había repartido las cuatro entradas que la compañía de teatro nos proporcionó.
Una para mi madre,
otra para mi hermana, otra para mi tía Macarena y la última para Sofía. Mi
padre también se
apuntó a última hora a ver la actuación, aunque él nos sorprendió a todos
comprando su entrada en
taquilla.
Antes de cada
actuación, solía tener mi propio ritual con el que reducir los nervios y la
tensión. Me gustaba bajar
a los asientos del público, sentarme en alguno que estuviera lejos del
escenario, y allí, desde el
fondo, con todo el teatro vacío y en silencio, imaginarme como las diferentes
escenas de la obra iban
desarrollándose. Me agradaba visualizar en mi mente lo que iba a suceder encima
del escenario
antes de que sucediera. Parecerá una tontería, pero a mi me relajaba.
Después de
aquel momento de evasión, era momento de regresar a los camerinos porque abrían
las puertas de
entrada y no podía haber nadie entre el público.
Nunca me
importó si a nuestras funciones asistía más o menos gente. Me sentía igual de
cómodo ante quince
personas que frente a mil personas. Pero aquel día era diferente. Estaba
esperando que llegara una
persona especial. Necesitaba saber si ella había entrado ya al teatro. Para
saberlo, me asomaba cada
pocos minutos a través de las cortinas del escenario a mirar hacia el público.
Mi familia llegó unos quince minutos antes del comienzo,
pero la butaca de Sofía estaba vacía. La última vez que me asomé,
seguía vacía.
—¡Venga para
adentro ya, leches! —gritó Edgar, el director, mientras me empujaba de vuelta
hacia los camerinos.
Poco después,
la obra comenzó.
En la primera
escena, justo antes de decir mi primera línea, desvié discretamente la mirada
hacia el público.
Miraba a todas partes, y todos los asientos estaban ocupados...todos excepto
uno. Había un asiento vacío
junto a mi familia. Efectivamente, Sofía no estaba.
Pese a que me
doliera su ausencia, aguanté el tipo y actué como mejor pude. Fui capaz de
alejar la preocupación y
la angustia por la ausencia de Sofía. Después de la función, ya fuera del
teatro, saludé a mis
padres, hablamos un rato y luego me fui con mis compañeros, ya que era
costumbre salir de
fiesta después de cada función.
Cuando
estábamos en la parada esperando al autobús, vi como ella se acercaba. Eran las
once de la noche cuando
Sofía apareció.
—¿Donde has
estado? —pregunté.
—El cumple se
ha alargado bastante —dijo ella fríamente.
—Ya veo. Pero
podrías haberte venido antes.
—Ha ocurrido
algo, y es de lo que te quería hablar.
—Me estás
asustando.
—Bueno, la
cuestión es...que ya no quiero que nos veamos más. Es decir, bueno, en fin, nos
veremos por el
insti y eso...no sé. No vernos como novios.
—¿Qué? ¿Pero…?
¿Por qué?
—Han pasado
cosas. Lo siento —fue lo último que dijo antes de irse corriendo.
Así de duro y
frío fue el final de la historia entre Sofía y yo. Tal y como ella avisó,
continuamos viéndonos por
el instituto, pero nada más. Nada era como antes. Cada vez que la veía por los pasillos, me
entraba una especie de dolor extraño por el estómago. Era verla y
automáticamente desear no
estar allí.
Entre eso, y
lo que sucedió luego, decidí abandonar el mundo de la actuación.
-Alejandro Navas
Me ha gustado mucho
ResponderBorrarme encanta la lectura
ResponderBorrarEstá muy interesante pero lo de la novia me impactó.
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