miércoles, 7 de noviembre de 2018

Lectura tema 4

Flotando en la oscuridad, recordé lo que pasó el sábado catorce.

Previamente, había repartido las cuatro entradas que la compañía de teatro nos proporcionó. Una para mi madre, otra para mi hermana, otra para mi tía Macarena y la última para Sofía. Mi padre también se apuntó a última hora a ver la actuación, aunque él nos sorprendió a todos comprando su entrada en taquilla.

Antes de cada actuación, solía tener mi propio ritual con el que reducir los nervios y la tensión. Me gustaba bajar a los asientos del público, sentarme en alguno que estuviera lejos del escenario, y allí, desde el fondo, con todo el teatro vacío y en silencio, imaginarme como las diferentes escenas de la obra iban desarrollándose. Me agradaba visualizar en mi mente lo que iba a suceder encima del escenario antes de que sucediera. Parecerá una tontería, pero a mi me relajaba.

Después de aquel momento de evasión, era momento de regresar a los camerinos porque abrían las puertas de entrada y no podía haber nadie entre el público.

Nunca me importó si a nuestras funciones asistía más o menos gente. Me sentía igual de cómodo ante quince personas que frente a mil personas. Pero aquel día era diferente. Estaba esperando que llegara una persona especial. Necesitaba saber si ella había entrado ya al teatro. Para saberlo, me asomaba cada pocos minutos a través de las cortinas del escenario a mirar hacia el público. Mi familia llegó unos quince minutos antes del comienzo, pero la butaca de Sofía estaba vacía. La última vez que me asomé, seguía vacía.

—¡Venga para adentro ya, leches! —gritó Edgar, el director, mientras me empujaba de vuelta hacia los camerinos.

Poco después, la obra comenzó.

En la primera escena, justo antes de decir mi primera línea, desvié discretamente la mirada hacia el público. Miraba a todas partes, y todos los asientos estaban ocupados...todos excepto uno. Había un asiento vacío junto a mi familia. Efectivamente, Sofía no estaba.

Pese a que me doliera su ausencia, aguanté el tipo y actué como mejor pude. Fui capaz de alejar la preocupación y la angustia por la ausencia de Sofía. Después de la función, ya fuera del teatro, saludé a mis padres, hablamos un rato y luego me fui con mis compañeros, ya que era costumbre salir de fiesta después de cada función.

Cuando estábamos en la parada esperando al autobús, vi como ella se acercaba. Eran las once de la noche cuando Sofía apareció.


—¿Donde has estado? —pregunté.

—El cumple se ha alargado bastante —dijo ella fríamente.

—Ya veo. Pero podrías haberte venido antes.

—Ha ocurrido algo, y es de lo que te quería hablar.

—Me estás asustando.

—Bueno, la cuestión es...que ya no quiero que nos veamos más. Es decir, bueno, en fin, nos
veremos por el insti y eso...no sé. No vernos como novios.

—¿Qué? ¿Pero…? ¿Por qué?

—Han pasado cosas. Lo siento —fue lo último que dijo antes de irse corriendo.

Así de duro y frío fue el final de la historia entre Sofía y yo. Tal y como ella avisó, continuamos viéndonos por el instituto, pero nada más. Nada era como antes. Cada vez que la veía por los pasillos, me entraba una especie de dolor extraño por el estómago. Era verla y automáticamente desear no estar allí.


Entre eso, y lo que sucedió luego, decidí abandonar el mundo de la actuación.

-Alejandro Navas

3 comentarios: