Había sido una jornada dura en la oficina. Otro día más lleno de papeleo,
informes, rellenar formularios, reuniones variadas, y encima, aguantando
impertinencias de los superiores. Pero al fin, el reloj marcó las ocho y media,
la hora que me permitía ser libre de aquel infierno de trabajo. Al menos estaba
bien pagado. O no. Depende por donde lo mires.
Si las nueves horas de trabajo diario
eran tediosas, aburridas y al fin y al cabo una verdadera tortura, los segundos
dentro del ascensor del edificio, entre abandonar mi planta de trabajo y llegar
al vestíbulo por el que se salía a la calle, bueno, os aseguro que eso
realmente era insoportable. Solo eran segundos, pero a veces se hacían eternos.
Más largos que la propia jornada laboral.
La cuestión es que al fin, salí a la calle. Una niebla horripilante cubría
todo aquello que estaba alrededor. La realidad es que no podía observar nada.
Ni siquiera se podía ver la parte elevada de las farolas, por lo que la luz de
las bombillas procedía de un punto inconcreto en las alturas, otorgando a la
calle un entorno extremadamente terrorífico. Además, como estábamos en pleno
noviembre, hacía un frío insoportable en Santander. Daba la sensación de que en
cualquier instante se podía congelar fácilmente el alma.
De esta manera, me dispuse a llegar a casa cuanto antes. Esa noche mi
cuerpo estaba tan destrozado, tan cansado, que no pararía en el pub ¨Doble
corazón¨ para tomar algo. Para mi, ir a ese bar y charlar un poco con los de
siempre era una especie de ritual diario, pero aquel día por más que quisiera,
mi cansancio me lo impedía. Mi esperanza era que hubiera algo en el fondo de la
nevera, algo con lo que aliviar mi cuestionable existencia.
Decidido y sin pensar más, avancé un par de calles para volver a encontrarme
con mi coche, un antiguo Renault clio del 2001. Estaba convencido de que
aquella chatarra azul, cualquier día me dejaría tirado en la carretera. Cada
mañana, cada vez que me montaba en ese coche, rezaba a todos los santos
pidiendo que no fuera ese día cuando se rompiera definitivamente.
La cuestión es que llegué al punto exacto donde estaba aparcado mi coche,
abrí la puerta, y entré rápidamente para refugiarme dentro del leve calor
interno del vehículo. Introduje la llave para arrancar el motor, y cuando miré
hacia atrás por el retrovisor para dar marcha atrás, no podía creer lo que
veían mis ojos.
Había un hombre sentado en la parte trasera del vehículo.
-Alejandro Navas
Sigue la historia plis. CarlosVS
ResponderBorrarTe lo aseguro, continuará... GRACIAS
BorrarEso que continúe la historia que está interesante. Manuel L A
ResponderBorrarEso que continúe la historia que está interesante. Manuel L A
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